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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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POR MIQUEL SEN
Como salir a comer con los amigos se está convirtiendo en un acto suicida, no nos queda otro remedio que socializarnos pensando y contando en las redes lo que nos decimos en nuestros diálogos interiores. Es una tarea apasionante con la dificultad añadida de hacer oscilar el pensamiento de un extremo a otro. Así sucede cuando repasamos nuestras costumbres gastronómicas. Ahora nos entusiasma la cocina de recurso, el arroz de bacalao más simple, pero poco tiempo después sufrimos el impacto emocional de recordar el último banquete en el Celler de Can Roca. 



Algo semejante nos pasa cuando debemos enfrentarnos a una opción sobre otros temas que nos atosigan, caso de la 5G. Evidentemente no se puede decir no al progreso. Aun así, en cuanto hemos dicho viva la alta velocidad de conexión nos pasa por el majín el mayor coste energético de todas estas tecnologías que nos conectarán a la lavadora y al microondas. Ese es el gran gasto, al margen del impacto de las nuevas antenas que invadirán el paisaje. Un asunto de los infinitos de los que nadie dice ni mu, obsesionados como estamos por el virus y la democracia que se nos escapa de las manos. 
Si esta situación nos lleva a dudar, ahí va otra, ¿vale la pena estar conectados a las persianas y a la puerta del garaje? ¿cuánto CO2 cuesta esta aventura que tiene como contrapartida la amenaza de convertirnos en amish? No es fácil tomar una posición en contra, o a favor, pero aún lo es más negar las virtudes (y defectos) de internet. Si no fuera por este sistema de intercambio, no podría estar escribiendo para ustedes, sería un pensador solitario a la espera de que un diario tuviera a bien imprimirme en papel tras considerarme políticamente correcto, algo bien difícil. 



No obstante, no he leído un solo análisis que valore seriamente una tecnología que nos va a permitir cargar en el móvil una serie mientras abrimos la puerta del ascensor, en el mismo instante que, en tiempo real un fulano, a miles de kilómetros de distancia, envía un misil a un desgraciado, despanzurrándolo con precisión milimétrica. Y entre tanto, todo estará cambiando porque la 5G permitirá construir coches a mayor velocidad, casi la misma con la que se perderán empleos. En paralelo, tendremos que cambiar nuestro Smartphone pensando que la vida es tan rápida que la 5G ya está a la vista, a pesar de que los años vividos sepan a bien poco. 
Ponerse contra esto o aquello es cada vez más difícil a medida que las informaciones que recibimos carecen de certeza. Desde el confinamiento, cuya única virtud es la de obligarnos a pensar, tenemos motivos para no saber dónde estamos. 



Por ejemplo, con las bicicletas, unos instrumentos divinos porque sus finas ruedas nos alejan de la tierra y nos hacen seres voladores, alados. Por otra parte, estos mismos ciclos y sus pilotos, los ciclistas, se meten entre las ruedas de los autobuses, nos causan sobresaltos amenazando con derrumbar a los pobres peatones y dejan las aceras convertidas en un campo de alambradas. Hasta hace bien poco, estar a favor de las bicicletas en la ciudad era cosa de las izquierdas (Ana Hidalgo en París) y en contra un gesto típico de la derecha (caso de Madrid). Ahora hasta esta simple apuesta se ha complicado. Los alcaldes de Tolouse y de Lion, ambos verdes, dicen que no dejarán pasar el Tour de Francia por sus ciudades. Lo acusan de machista y de polucionar el medio ambiente. Algo de razón deben tener, porque no he visto un Tour de señoras (si escribo gracias a los dioses, no faltará feminista que me insulte) y sí he observado a los más brillantes campeones tirar al borde de la carretera las botellas de agua y las bolsas de alimentos. Ahora bien, desde otra perspectiva, lo que no tienen en cuenta estos grandes sacerdotes de la ecología es que la bici, que no consume energía como tantas veces dicen, tiene en el Tour un escaparate de venta a nivel mundial. 



Es uno de los variados conceptos con mil facetas sobre los que tenemos que pensar si no queremos que el mundo se nos zampe como si fuéramos zombis. Una cuestión más a añadir, y no quiero inquietar en exceso a los lectores, es como puede existir un cava, con este nombre en la etiqueta, y más abajo el de Vall d´Lluna a 2,05€. Si contamos el precio de la uva, el de la elaboración, la botella, el etiquetaje, el transporte hasta Galicia, donde lo he visto en una sección de Eroski, ya me dirán donde está el negocio. Una duda tan impactante como saber si tendré que poner en marcha el pollo del microondas con el móvil o con el dedo índice.