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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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Una boda china
Por Yago Márquez
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Yago Márquez: Yago Márquez cocinero en el restaurante Unik de Buenos aires, ganador del I Concurso de Recetas Noveladas que convoca gastronomiaalternativa se ha trasladado a Argentina. Su alter ego Dóbler nos va a contar que se cuece en las cocinas de Buenos Aires, con la misma precisión literaria con la que diseccionó Shanghaï y su entorno.


Como si de un efecto mariposa china se tratara, Dóbler, que empezaba a sentirse un alma más de los diecinueve millones, sacó de debajo de la manga una invitación a una boda china al tiempo que sería el gran ausente en la boda de sus amigos Mateo y Ana, en la provincia de Zamora un día antes. Cambiaría el solomillo a la pimienta por el arroz salteado y la tarta al whisky por las judías pintas dulces.
Pepe, con el que desde el viaje a Huangzhou se había vuelto a ver unas cuantas veces, le había invitado a la boda de un cliente suyo, amigo desde hacía tiempo. Dando por valida la teoría de barman confesor y cliente pecador, Pepe y Qi se habían hecho buenos amigos. Una relación de respeto que se cuajó más aún el día que desde arriba del todo, Qi le propuso venir a la boda. Tráete a algunos amigos. Dóbler, que apenas conocía a Pepe y no había visto a Qi ni en fotos fue, quién sabe por qué, uno de los elegidos.
Amaneció caluroso y pesado. Plomizo, grisáceo, brumoso. El sol era una bola roja en el cielo después de muchas capas de suciedad. El día indicaba sudores y malos olores. Taxis sofocantes y basuras hediondas en algunas calles. Calor al cuadrado debido a las emisiones de aires acondicionados. Vestidos, escotes. Una boda china a una hora china. Había quedado con Pepe a las tres de la tarde.
Sin llegar a preocuparse del todo Dóbler no tenía fecha para empezar a preparar el año escolar. El proyecto estaba todavía en la prehistoria, pero entre la ausencia de Ernesto, que cambiaba billetes y opciones y el teléfono móvil de Lui, Dóbler se había prometido disfrutar mientras pudiera. Con la facilidad que tenía él para olvidarse de las cosas importantes.
Se documentó vagamente acerca de las bodas chinas. Vestimenta, regalo, actitud. ¿Barra libre y conga de Jalisco? Estrenó una camisa que se había hecho a medida en un mercado de telas. Robert le había dicho: Lleva lo que quieras, lo copiarán al milímetro, a lo mejor no la primera vez, tendrás que lucharlo pero conseguirás lo que quieres. Y acabó con una camisa gris de cuello mao, cómo si de pronto se hubiera interesado por la moda. Cómo si una de sus ideas principales al caer en China fuera llenar su armario, atraer miradas y levantarse el cuello almidonado de los polos. No se puso corbata.
Como cualquier cosa nueva de Shanghai, estaba lejos, demasiado lejos como para llegar a la hora, demasiado lejos como para evitar un atasco tras otro. Les esperaban a las cuatro en un club social de aspecto burgués y occidental. Ni rastro de China, palmeral y césped de campo de golf, seguridad privada, mirada de perdonavidas en la puerta.
Les invitaron a bajar a una sala cuyo pasillo era una copia barata de caverna alpina. No había mucha gente, a pesar del retraso y eran los únicos extranjeros de la fiesta. La sala estaba sin acabar, como si la boda fuese al día siguiente y hubieran ido allí a comprobar el estado del lugar, preocupados por si tendrían todo listo para el gran día. Pasaba media hora del gran día y había más obreros en la sala que mujeres con vestido. De pronto el estruendo de un martillo neumático oscureció cualquier música. Fuerte, realzado por el eco de una habitación grande. Los únicos sorprendidos parecían Pepe y Dóbler. La obra parecía ser algo bastante serio. Estaban terminando – quién sabe cuando lo habrían empezado – un muro en medio de la piscina. Una especie de presa que separaba la gran piscina de dentro de la del jardín. Cómo si la genial idea se les hubiera ocurrido esa misma mañana. El estruendo duró tiempo, ni siquiera se paró cuando aparecieron los novios, sin ningún tipo de honores a hacerse las fotos de rigor. Las miradas melosas delante de la piscina detrás de la palmera. Pepe saludó a Qi, que se acercó simpático a ver a Dóbler, que miraba sin parar las estrambóticas flores del primer traje de los cuatro que luciría la novia esa tarde noche. Estaba guapa sin serlo.
Entre el ruido de los obreros y la poca afluencia de público se dirigieron a la barra a pedir algo de beber, el no, es muy pronto no quiero nada cambió rápido y no tardaron en brindar con sonrisas y una copa de champagne francés del bueno. Rezando por que las copias no hubieran llegado tan lejos. Comenzaron tímidamente a picotear de los vasos de martini rellenos de almendras y unas bolas verdes que cómo Dóbler había pensado eran cacahuetes rodeados de una pasta de wasabi. Fuertes pero adictivos. Durante un minuto se quedo observando a la gente que husmeaba y probaba los cacahuetes, poniendo cara de repudio en el noventa por ciento de los cosas. El otro diez por ciento repetía y disimuladamente se metía un puñado gordo en el bolsillo. Dóbler tenía su arsenal en el bolsillo de la camisa y se sentaron en unas tumbonas en el borde de la piscina vacía. Este lugar es una guarida o de expatriados ricos con esposas que no hacen nada o de chinos muy ricos. O de todo eso al mismo tiempo. Parecía que había sol, como si en Shanghai, los ricos pudieran alquilarlo por horas. Dóbler pregunto a Pepe por la ceremonia. No sé, no se si se han casado ya o se casan ahora, si hay iglesia, si no, si se entregan los anillos y ya. Sólo sé que hay rojo por todas partes, como casi siempre por aquí. Amor, alegría, prosperidad, fidelidad. La simbología china en una tarde sin parafernalias tradicionales, que hubieran resultado interesantes.
Se hicieron fotos en el borde de la piscina sin agua llena de obreros en mono azul, que a lo mejor no salían en la foto. Fueron rotando los invitados, nadie quería perderse el gran momento, Dóbler, superada la vergüenza que le suponía no conocer a nadie y no comprender nada en absoluto posó en la foto, bromeó, bebió más champagne y comprobó exaltado como habían cambiado las almendras por anacardos. Había palmeras dentro de la cueva y en medio, sin escenario o estrado o algo por el estilo tres micrófonos, un teclado, un par de guitarras y bongos y tumbadoras. ¿Estaban de veras en China? A la vuelta del baño, por el pasillo le pareció oír Keep on moving de Bob Marley. Aceleró el paso y sonrió. Eso sólo podía pasar aquí. Se paró en la entrada y comprobó que sólo Pepe bailaba encantado mientras que el público miraba extrañado. No era para menos. Debían ser de Nigeria o de Ghana los tres músicos que amenizaban el cotarro. Los tres más negros que había visto Dóbler desde que había llegado a China. Camisas de flores, pantalones militares, gorras, amplias gafas anticuadas, ritmos afrocaribeños para una boda china. Guitarra, percusión y coros uno. Teclados y bases electrónicas y coros el otro. Trompeta, saxo, percusión y coros el tercero. Tres africanos una orquesta de color y alegría a una hora rara en un lugar raro, con poco tirón, agarrándose del buen humor de dos madrileños que bailaban de más y tarareaban lo que sabían. El momento se le antojo agradable. Se encendieron un habano que había en la barra a disposición de los clientes. A Dóbler le empezaron a gustar las bodas chinas.
En ese transcurso de tiempo, seis o siete canciones o cuatro copas. La piscina estaba con agua, unos cuarenta centímetros, hielo seco que hacía burbujear el agua y desprendía humo y velas-nenúfares que flotaban. La presa acabada, ni rastro de los obreros, la pasarela con alfombra roja puesta en el último minuto – había pliegues peligrosos que nadie hizo mucho caso – gente de golpe, música china grabada. Empezaron los aplausos y en las últimas palabras de una versión animada de Yesterday, estalló la marcha nupcial. Sin pausas, sin mesura. Qi y su mujer aparecieron del brazo entre los aplausos, recuperando para su ceremonia lo mejor de todos los ritos de todas las bodas alrededor del mundo. Ramo, pétalos, marcha nupcial, faroles chinos colgando, agua, palmeras. Micrófono en mano un hombre con chaqueta dorada de pedrería ejercía de maestro de ceremonias. Menudo y chillón con voz intensa animaba al gentío. Aplausos. Los novios se subieron con dificultades – la alfombra roja dio los problemas esperados – al puente sobre la piscina, con el atardecer sobre la ciudad. Una postal que parecía dudosa y preparada. Entre risas tímidas, emoción contenida y bromas de gusto dudoso leyeron poemas y dedicatorias. Se querían, se querrían, eso decían. Pepe ejercía la traducción libre del discurso. El momento duró lo justo, lo bonito, lo emocionante, recortando sermones que nadie escuchaba. Era gratificante ver una boda con una copa en la mano y un puñado de anacardos en la otra.
Cuando quisieron darse cuenta ya se estaban besando apasionadamente, quemando petardos a quemarropa en la piscina vacía y corriendo para coger el mejor sitio cerca del buffet del convite. La cosa se animaba. Pepe y Dóbler terminaron de bailar con la única mujer que se animó a danzar al son de los tambores y siguieron al convite. Parece que nos van a dar de cenar también.
Les tocó compartir mesa con cuatro parejas chinas que chapurreaban inglés pero que no se mostraron muy interesados en departir. El animador se empezó a hacer pesado. Colocaron pantalla y fotos de diferentes lugares, gritaban, cantaban, sorteaban cosas que nadie quería. Alguien, Qi, el único que parecía cuerdo de esta fiesta dio por iniciado el buffet.
Era amplio y bien nutrido, con una variación extraña que iba desde arroz frito tres delicias a ensalada césar pasando por sushis y sashimis, una selección de quesos franceses, un cocinero cortando rosbeef con mascarilla, alitas de pollo con salsa picante, verduras salteadas, ensalada de patatas y atún con mayonesa, tartas de queso y chocolate, recortes de frutas (melón, sandía, pitaya, mango) cazuelas gelatinosas repletas de judías pintas dulces. Una bandeja bonita de gambas, bogavante, vieras y cangrejo frío. La comida volaba a un ritmo paradójico, siendo habitual ver a la gente con tarta de chocolate, sashimi, rosbeef, judías pintas y salsa césar en el mismo plato. El gran peligro de la democracia de un buffet en China se convertía en anarquía.
Recargaron su plato varias veces y se sirvieron vino francés bueno a voluntad. En la tercera vuelta, Pepe se dio cuenta de que habían helado cuando vio a una chica espectacular mezclar cangrejo y chocolate. Sin querer, sin intentar innovar. Al barman se le acabaron las ganas de todo.
La boda prosiguió el guión de una boda prefabricada por una empresa que hacía cientos a la semana. Powerpoint y música melosa. Fotos de los novios en poses imposibles jugándose la vida en acantilados de poliespán con olas de fondo. Niños correteando hasta debajo de las mesas. Una boda como cualquier otra sin el cariño que implica no conocer la cara del novio en otra circunstancia. Sin previo aviso, como colofón a la noche, estallaron a lo lejos fuegos artificiales. Dóbler pensó que quizás en ese momento decenas de novias de ese lado de Shanghai pensaban que esos fuegos eran sólo para ella.
A Dóbler le inundó la melancolía, pero no dijo nada y extrañó el gintonic, la corbata en la cabeza y la conga de Jalisco que sus amigos habían bailado el día anterior.