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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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· Fruta para un tiempo feliz

El dramaturgo alemán Berthold Brecht escribió en La condena de Lucullus un juicio sobre la obra del conquistador de Siria y riquísimo patricio romano negándole el perdón dado que su fama y fortuna eran resultado del pillaje, la opresión y la sangre. Su única virtud consistía en haber llevado a Roma y de allí al mundo latino el árbol más maravilloso, el cerezo.

Con todos los matices, hay frutas que han adquirido un carácter que va más allá de su sabor, permitiéndonos distintas lecturas. Así, las manzanas son cosa del paraíso, del bien y del mal, mientras que las rojas guindas son revolucionarias desde 1871, año en que Jean-Baptiste Clément, un poeta de las barricadas de la Comuna de Paris, creó la letra de una canción inmortal, Le temps des cerises, de la que Yves Montand nos regaló una versión espléndida.



A los de secano, como los que abundan en las alturas de Sant Climent de Llobregat, el pueblo de las cerezas (sin olvidar Sant Climent Sescebes, en la frontera de Francia), no les conviene que los campos se encharquen cuando la fruta ya está madura, porque el exceso de riego las hincha hasta que se abren. Es el eterno problema de las tierras del Mediterráneo: tras una sequía feroz llueve en abundancia. Una realidad que, según parece, hizo decir al rey Carlos III frente a un campesino ahogado en una acequia: «Por fin un español harto de agua». La frase, realmente cruel, no deja entrever la continuidad de la vida, de la cosecha. Una vez capturadas las primerizas ramillet de maig y cuallarga, quedan las Stark Hardy, variedad estadounidense que se ha adaptado muy bien a nuestro clima, perdiendo su primitiva acidez, transmutada en dulzura.

En tierras del Valle del Jerte, también se cultivan jugosas, fruto de más de cien tipos distintos. La diversidad, unida a que las fincas están plantadas a diferentes niveles, permite una maduración escalonada, pues a mayor altitud los frutales dan una producción más tardía. Tres meses de esta fruta dulce es todo un regalo, tanto si tienen rabillo, como si no, pues en el Valle del Jerte pueden ser con o sin pedúnculo, caso de las Ambrunés, Pico colorado, Pico Negro y Pico Limón Negro. La potencia del Cerasus en el paisaje ha hecho que el National Geographic lo clasifique como una maravilla natural. Por supuesto se mantiene la tradición de ¨cazarlas¨ a mano y transportarlas en cestas de castaño asegurando al consumidor que llegan un día después de la recolección, porque, cosa curiosa, las cerezas no maduran una vez recogidas, al contrario, separadas de la planta inician un proceso de degradación.



Con las cerezas se pueden preparar muchas recetas. Algunos son de antigua raigambre, como los ¨platillos¨ que se cocinan en Sant Climent entre octubre y noviembre, gracias a conservarlas sabiamente desecadas, antes al sol, ahora bajo aire caliente. Con estas y con las frescas, Gerard Solís (El Racó de Sant Climent) elabora una gastronomía delicada que va desde un pan de cua llargas hasta un gazpacho con truco: tritura la pulpa en agua, le da un hervor de dos minutos para que no se oxide y reserva en frío. Luego lo sirve con unas gambas a la plancha, como tropezones. De libro son el pato, entero o su magret, o el clafoutis, una tarta imperial. Otra referencia memorable, se la debo a Jean Louis Neichel. Se trataba de un cochinillo laqueado con miel de cerezo. Neichel era mucho Neichel.

En estos tiempos que corren llevar a la despensa o a la cazuela un buen puñado de rojos rubís es indispensable, dado que sus índices de triptófano, serotonina y melatonina, ayudan a estar de buen humor por el día y a dormir cuando toca. No se puede pedir más magia.