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EL TEMAMACARRONES RELLENOS DE CARRILLERAS, LA RECETA DE LA XARXA, Y EL VINO FINCA GARBET DE PERELADA. POR MIQUEL SEN

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Coincidiendo con la cumbre sobre el cambio climático y a la espera de que los vientos del Nordés empujen el catamarán de la activista Greta Thunberg hasta una playa sin plásticos, me entretengo pensando en lo difícil que va a resultar escaparse de la catástrofe. Claro que buenas ideas no faltan. Tenemos tantas como sentimientos de culpa y eso en una sopa mental da para muchas letras. Por ejemplo, en una última visita a Francia observé en un mercado plátanos bio de Martinica. De inmediato, me pasa por la mente la cruel idea de que durante los años sesenta se utilizó uno de los pesticidas más poderosos para combatir un jodido gusano que dejaba los bananeros en nada. El producto se incorporó al suelo, pero el muy puñetero, (el veneno, no el suelo que es inocente), se conserva con toda su malignidad durante 300 años, ¡alias 3 siglos! Por lo tanto, poner la etiqueta bio en una banana con este origen es más bien fruto aplatanado de una poética arriesgada.


Como el río anti carnívoro suena, el comprador tiene tendencia a abandonar la carne para comer vegetal. Mientras los animalistas realizan sus feroces campañas, una mayoría de comensales, dicen las estadísticas de turno, comen basándose en las proteínas de soja. Pero ahí vuelve a saltar la liebre del veneno. Resulta que la soja, que es de lo más económico, procede de campos de cultivo transgénico, fundamentalmente de Sudamérica. Cuando el señor Bolsonaro quema la selva del Amazonas, por algo será. En un campo sin límites, con variedades resistentes y con un herbicida adecuado, el glifosato, el rendimiento es máximo. Solo crece la soja, sin hierba que le haga sombra. Hay más: la proteína de la soja tiene la propiedad de asumir colorantes y aromatizantes con rara perfección. Si usted quiere un bistec vegetal que parezca un bistec carnal, basta con encontrar un buen equipo de químicos que lo vistan de rojo y le den su paladar. Así que, cuando los sufridos oficinistas buscan alternativas a la comida diaria, se sienten tocados por el ala de los ángeles del buenismo si se zampan una hamburguesa que lo parece, entran en el engañoso mundo de la hamburguesa traidora.


Las revistas de ciencia de verdad están valorando una estadística fácil de controlar y que pone los pelos de punta. Las mujeres que toman una bebida de soja y una hamburguesa al día sufren un cambio hormonal que les adelanta la regla. Eso sucede con un 10%. Evidentemente, este tipo de estudios es más económico y rápido que efectuar controles hormonales en los hombres. Así pues, cuando comemos sano, seguimos jugando con fuego.


Leo un libro con un título de doble sentido La Peur au ventre (El miedo en las tripas), del señor Cohen. Pretende quitarnos el pánico a comer, pero desde mi punto de vista no lo consigue. Dice una cosa que parece muy lógica: solo la cantidad hace el veneno. Por lo tanto, el poco glifosato que nos toque en el bistec no es peligroso. A lo más, partes por millón. Luego, comenta que no solo lo encontraremos en la hamburguesa vegetal, sino en la de carne, con sus tres pisos que nos venden en el Burger de siempre, a base de vaca estabulada alimentada con todos los transgénicos que abaraten su costo. No hay que preocuparse por tan poco. Añade, con cierta desfachatez, que los que sí van listos son los agricultores que tratan a diario con los campos contaminados. Dicho de otra manera, vivir cerca de donde descarga la avioneta te lleva al cáncer. Cosa curiosa, cuando la lectura va camino de tranquilizarte el señor Cohen te da una última puñalada: lo que realmente es peligroso, mortal y cancerígeno son cierto tipo de plásticos cuya especificación aparece en los envases bajo un número diminuto de dificilísima lectura. Me temo, no lo recuerdo, ni tengo fuerzas para hacerlo que son los números 2 y 4.


Así pues, la espera de los grandes propósitos que saldrán de la Cumbre del Clima, la sopa la tenemos bastante pasada de ingredientes. Comas lo que sea, ya dependes de todas las barbaridades que hemos hecho sufrir al planeta. La única posibilidad de escape es la dieta variada, intentando escapar de la munición que pueda acumularse en algún manjar industrial, goloso, peligroso y aparentemente inofensivo. Lo malo es si la alternativa acabara siendo el ayuno permanente.